La toxoplasmosis es una enfermedad infecciosa que se manifiesta con síntomas habitualmente inespecíficos y poco llamativos (malestar general, cefalea, fiebre, síntomas catarrales…), pero que si se adquiere durante el embarazo puede originar abortos y una infección embrionaria o fetal que puede dejar graves secuelas en el recién nacido. Sólo se pasa una vez, pues deja inmunidad permanente. Es por eso que se recomienda realizar un análisis preconcepcional para ver si la mujer ha adquirido inmunidad, con lo que no debe preocuparse durante el embarazo.
El problema surge en las mujeres que no son inmunes. Es conveniente que sigan una serie de normas para evitar su infección durante la gestación, como no tener contacto con excrementos de gato, no comer carne poco cocida, o consumir la verdura cruda bien lavada. Y aquí se acaban las medidas realmente eficaces. Porque si la mujer se infecta durante el embarazo, se ocasiona un problema de muy difícil solución.
Primero de todo, porque resulta muy difícil detectar si dicha infección se ha producido durante la gestación, y en qué momento de la misma. Para saberlo, nos tenemos que guiar por la detección de anticuerpos contra la toxoplasmosis. Los anticuerpos son proteínas producidas por el organismo para luchar contra cualquier infección. Existen 2 tipos fundamentales de anticuerpos, que llamamos inmunoglobulinas (Ig): La Ig M, que nos habla de una infección reciente, y la Ig G, que nos habla de una infección antigua. Pero estos anticuerpos tardan un cierto tiempo en aparecer, y durante el embarazo se valoran con una cierta periodicidad (por ejemplo cada 2 o 3 meses). Por lo tanto, para cuando se detectan, lo más posible es que la infección haya sucedido con unas semanas de antelación.
Segundo, porque resulta complicado conocer si la infección afecta al feto. En las etapas tempranas del embarazo, en las que la afectación del feto podría ser más grave, el porcentaje de casos en que el toxoplasma atraviesa la placenta es muy escaso. Sin embargo, en etapas tardías del embarazo, en las que el porcentaje de casos en que el feto es afectado aumenta, las secuelas que se pueden producir son mucho menores. El método más eficaz para saber si el toxoplasma ha atravesado la placenta es realizar una amniocentesis (extraer líquido amniótico con una aguja, una técnica que conlleva algunos riesgos), y detectar su presencia en el líquido amniótico. Lo cual tampoco nos asegura que el feto vaya a tener secuelas, que sólo somos capaces de detectar de forma tardía por medio de ecografía.
Tercero, porque los tratamientos que empleamos no han demostrado una gran utilidad.
Sin embargo, a la hora de la verdad, los casos demostrados de toxoplasmosis adquirida durante la gestación y que han producido secuelas en el recién nacido, son escasísimos. Por lo tanto, con la repetición de pruebas de detección durante el embarazo, probablemente estamos utilizando muchos recursos, y angustiando innecesariamente a muchas parejas, para lograr un beneficio absolutamente mínimo.
Desde mi punto de vista, lo más recomendable es realizar una prueba preconcepcional, con el fin de marcar unas pautas de comportamiento durante el embarazo para aquellas mujeres que no tengan inmunidad, evitando la reiteración de las pruebas durante la gestación. Reconozco no obstante que me resulta difícil mantener esta actitud, por las costumbres instauradas en mi práctica clínica.
(Foto de www.saramusico.com en Fkickr)