Marta es ginecóloga. Y es mi amiga. La conocí hace ya 26 años, cuando me incorporé a la
plantilla del Hospital la Paz para hacer mi especialización en Obstetricia y Ginecología. Lo que
llamamos la Residencia. Ella era Residente de tercer año, es decir, mi «R mayor».
Marta me ayudó en el primer parto que atendí en el Hospital, lo que es una de esas
experiencias inolvidables que te unen para siempre. Desde entonces hemos compartido miles
de horas de trabajo y de estudio, alegrías, disgustos, ilusiones, tristezas, fracasos, triunfos…
todas las experiencias que conforman la vida.
En mi profesión, son muchas las personas a las que debes agradecimiento y que ayudan
desinteresadamente a tu formación. Mi Maestro indiscutible ha sido mi padre, pero Marta ha
sido, también sin duda, la segunda persona más importante en mi aprendizaje. Con Marta he
aprendido mucho de Medicina, y también de la vida. Porque Marta es pasión. Pasión por su
familia, pasión por su trabajo, pasión por sus amigos. Sus ojos azules te miran con una
intensidad que te atrapa, y su risa es como una cascada que te inunda de alegría.
Ahora está enferma. Ha luchado con toda la fuerza que nace de su pasión por la vida, pero su
enfermedad no sabe de compasión.
Por eso hoy no puedo dejar de pensar en Marta.